SÍNODO 2021-2023
1. LOS COMPAÑEROS DE VIAJE
E
n la Iglesia y en la sociedad esta
m
os codo con codo en el
m
is
m
o ca
m
ino
. E
n nuestra Iglesia local,
¿quiénes son los que “caminan juntos”? ¿Quiénes son los que parecen más alejados? ¿Cómo
estamos llamados a crecer como compañeros? ¿ Qué grupos o personas quedan al margen?
Tal como está formulada la pregunta, se da por supuesto que el referente es la Iglesia, y que la
cuestión de “juntos” o “alejados” se valora con relación a ella. Pues hay que aclarar que la Iglesia no
es un fin en misma, es un instrumento para la finalidad de construir el “Reino de Dios”, y los que
están “juntos” o “alejados”, “dentro” o “fuera”, se ha de establecer con relación a ese objetivo y no
con relación a la institución eclesial.
Por eso, lo de “marchar juntos” tiene sentido sólo para los que llevan la misma dirección y van hacia
el mismo destino. Entonces procede aclarar en qué consiste ese ideal que se persigue. Jesús definió
el Reino de Cielos como una situación de fraternidad universal, que cada uno ame a los demás
como a mismo. Esto excluye la opresión y la competencia: la opresión que genera el afán de
dominio y la competencia mercantil que pone a los humanos en situación de buscar su propio
provecho a costa de los demás. Y sobre la autoridad dijo que debería ser de servicio y no de
dominio. Era consciente que su Reino no era como los de este mundo.
Y ¿
qué ocurre hoy con relación a esa meta
? E
l i
m
perialismo actual no es
m
enos opresivo que el de los
romanos de la época de Jesús, y los actuales imperialismos gozan del apoyo de personas que se
definen como cristianas. La desigualdad, las diferencias de clases y la explotación del hombre por el
hombre no son hoy menores de lo que eran en la época de Jesús, y muchos que se dicen seguidores
suyos están instalados en ese esquema social y procuran su perpetuación. La mitad femenina de la
población mundial sigue estando postergada a los varones en muchos ámbitos de la sociedad, pero
sobre todo en la Iglesia. Y en nuestra sociedad sigue existiendo el rechazo a los inmigrantes, la
discriminación de los diferentes… y muchos cristianos miran hacia otro lado, cuando no participan
personalmente en el abuso.
Resumiendo, hay en nuestra Iglesia muchas personas que no llevan el camino hacia la realización de
proyecto de Jesús, y fuera de ella, en otras Iglesias cristianas, en otras religiones, e incluso fuera del
mundo religioso, puede haber, y de hecho hay gente que trabaja por ese objetivo.
2. ESCUCHAR
E
scuchar es el pri
m
er paso, pero requiere una
m
ente y un corazón abiertos, sin prejuicios
. ¿C
ó
m
o se
escucha a los laicos, especialmente a las mujeres y a los jóvenes? ¿Qué facilita o inhibe nuestra
escucha? ¿Cómo se integra la contribución de los consagrados y consagradas? ¿Cuáles son
algunas de las limitaciones de nuestra capacidad de escucha, especialmente hacia aquellos que
tienen puntos de vista diferentes a los nuestros? ¿Qué espacio damos a la voz de las minorías,
especialmente de las personas que sufren pobreza, marginación o exclusión social?
Esta pregunta parece una broma. La Iglesia no tiene cauces para cursar la opinión de sus miembros
del laicado. Este Sínodo es una de las pocas ocasiones, en dos milenios, en la que la Iglesia pregunta
algo a los laicos, y no se está fo
m
entando precisa
m
ente la participación de la feligrea en el proceso
sinodal
. B
asta con leer el
digo de Derecho Canónico
para comprobar que el laicado, e incluso el bajo
clero, no tiene ningún derecho en la Iglesia. Con todas las deficiencias del sistema político, en la
sociedad tenemos más derechos como ciudadanos que los que tenemos en la Iglesia como feligreses.
En la sociedad podemos intervenir en la elección de los gobernantes, pero en la Iglesia dependemos
de un párroco que no eligimos, que fue nombrado por un obispo que tampoco eligimos, que a su vez
fue designado por un papa en cuya elección no participó tampoco el conjunto de miembros de la
Iglesia, y que frecuentemente está manipulado por una curia vaticana sobre la cual no tiene ningún
control la membresía eclesial.
Pero además, el hecho de que se siga incidiendo en los conceptos de “laicos” por una parte, y
“consagrados y consagradaspor otra, indica que la Iglesia es incapaz de superar esa clasificación
artificial, en absoluto evangélica, entre el laicado y el personal ordenado. Por lo demás es sabido que
en la Iglesia la información fluye siempre de arriba hacia abajo, nunca a la inversa.
3. HABLAR CLARO
Todos están invitados a hablar con valentía y parresía, es decir, con libertad, verdad y caridad.
¿Qué es lo que permite o impide hablar con valentía, franqueza y responsabilidad en nuestra
Iglesia local y en la sociedad? ¿Cuándo y cómo conseguimos decir lo que es importante para
nosotros? ¿Cómo funciona la relación con los medios de comunicación locales (no sólo los
católicos)? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana y cómo se lo elige?
Tanto lo de “escuchar”, a lo que se refiere la pregunta anterior, como lo de “hablar”, que ahora se
contempla, son imposibles en la Iglesia. “Hablar” y “escuchar” son elementos del funcionamiento de
una asamblea, y la Iglesia no es una asamblea. En realidad, la celebración de la Eucaristía debería
tener un funcionamiento asambleario, pero las misas, como todos los actos de culto en general,
tienen nula participación de los asistentes, son simple culto, a los cuales se asiste y nada más. No hay
interacción entre los asistentes, que no participantes. Todo corre a cargo del celebrante, el único que
habla en las homilías, consagra, a veces hace todas las lecturas… La existencia de un miembro de la
estructura jerárquica de la Iglesia, el sacerdote
que es el único que oficia y habla allí, ignorando a
la co
m
unidad, mata o anula el espíritu comunitario, así como los impulsos proféticos que pueden
surgir en la base del colectivo eclesial.
Por lo demás la institución eclesial no dispone de otros ámbitos u órganos a través de los cuales se
pueda expresar el laicado. Estos últimos sínodos, el de la Familia y el actual, parecen un intento de
cambiar esta situación que ya dura muchos siglos en la Iglesia, pero parece que, al menos en nuestro
país, no se fomenta la participación de la feligresía en estos procesos; es como si solamente se
pretendiese cumplir formalmente con el proceso pero saboteando de hecho su realización. ¿Cuántos
grupos se constituyeron para debatir la temática sinodal? ¿Cuánta gente de estas parroquias locales
saben de qué va esto del Sínodo?
4. CELEBRACIÓN
“Caminar juntos” sólo es posible si se basa en la escucha comunitaria de la Palabra y la
celebración de la
E
ucaristía
. ¿D
e qué manera la oración y las celebraciones litúrgicas inspiran y
guían real
m
ente nuestra vida co
m
ún y
m
isión en nuestra comunidad? ¿De qué manera inspiran
las decisiones más importantes? ¿Cómo se promueve la participación activa de todos los fieles
en la liturgia? ¿Qué espacio se da a la participación en los ministerios de lector y acólito?
L
as parroquias no son verdaderas co
m
unidades pues sus
m
ie
m
bros lo único que tienen en co
m
ún es que
viven en el mismo barrio, y lo único que hacen juntos es asistir a actos de culto nada participativos.
La misa, la eucarístía, sería, el marco ideal para que el colectivo parroquial tomase conciencia de ser
un grupo que comparte algo más que vivir en la misma calle, un colectivo que tiene un objetivo, una
misión que le asignó el Maestro Jesús y que tiene algo que ver con cambiar las cosas del mundo para
que éste deje de ser el infierno que es. Para que la eucaristía sea un factor que genere y promueva ese
tipo de comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret, su celebración tendría que ser muy distinta del
culto aburrido, no participativo, ritual, frío, pasivo, distante… que en realidad es. Por la manera en
que se realiza ese ritual parece no tener más finalidad que una asistencia para cumplir un precepto
eclesial, sin más transcendencia o compromiso.
5. COMPARTIR LA RESPONSABILIDAD DE NUESTRA MISIÓN COMÚN
La sinodalidad está al servicio de la misión de la Iglesia, a la cual todos los miembros están
llamados a participar. Puesto que todos somos discípulos misioneros, ¿cómo esllamado cada
bautizado a participar en la misión de la Iglesia? ¿Qué impide a los bautizados poder ser
activos en la misión? ¿Qué áreas de la misión estamos descuidando? ¿Cómo apoya la
comunidad a sus miembros que sirven a la sociedad de distintas maneras (compromiso social y
político, investigación científica, educación, promoción de la justicia social, protección de los
derechos humanos, cuidado del medio ambiente, etc.)? ¿De qué manera la Iglesia ayuda a estos
miembros a vivir su servicio a la sociedad de forma misionera? ¿Cómo se realiza el
discernimiento sobre las opciones misioneras y quién lo hace?
Ya vimos que la religiosidad que la Iglesia fomenta está centrada en el culto, por lo demás nada
participativo. Funcionando así, las parroquias no son asambleas de seguidores de Jesús de Nazaret
sino dispensarios de servicios religiosos, y la sociedad que resulta de esa práctica religiosa, aunque
se llame cristiana no lo es en realidad pues no vive los valores del Evangelio, el espíritu de las
Bienaventuranzas, sino los valores del mercado, el capitalismo, en el que se instaló tan confortable-
mente la jerarquía de nuestra Iglesia. Los miembros del colectivo eclesial no se sienten convocados a
cambiar el injusto sistema dominante.
La Iglesia como institución no se aplicó al cumplimiento de la misión que Jesús asignó a sus
seguidores. La jerarquía eclesial fue, a lo largo de dos milenios, un factor de sofocamiento de todos
los movimientos que, desde el seno del cristianismo, intentaban recuperar el carácter liberador y
reivindicativo del mensaje de Jesús, desde los circunceliones del siglo IV a la Teología de la
Liberación de siglo XX, pasando por las diversas “herejías” igualitaristas de la Edad Media:
valdenses, husitas, jacqueries, irmandiños… En cada caso la jeraquía oficial de la Iglesia se aprestó a
defender el sistema económico imperante: el esclavismo en el Bajo Imperio Romano, el feudalismo
en la Edad Media, el orden burgués capitalista en el mundo actual…
6. EL DIÁLOGO EN LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
El diálogo requiere perseverancia y paciencia, pero también permite la comprensión recíproca.
¿En qué medida los distintos pueblos que forman nuestra comunidad se reúnen para dialogar?
¿Cuáles son los lugares y las herramientas de diálogo dentro de nuestra Iglesia local? ¿Cómo
promovemos la colaboración con las diócesis vecinas, las comunidades religiosas de la zona, las
asociaciones y los movimientos laicales, etc.? ¿Cómo se abordan las divergencias de puntos de
vista, los conflictos y las dificultades? ¿A qué problemáticas específicas de la Iglesia y de la
sociedad debemos prestar más atención? ¿Qué experiencias de diálogo y colaboración tenemos
con creyentes de otras religiones y con los que no tienen pertenencia religiosa? ¿Cómo dialoga
y aprende la Iglesia con otros sectores de la sociedad: con la política, la economía, la cultura, la
sociedad civil y las personas que viven en la pobreza?
¿Qué diálogo puede promover una jerarquía eclesial que se constituyó en Magisterio infalible? Tan
en serio se tomó ese rol que llegó incluso a predicar cruzadas contra los creyentes de otras religiones
y a establecer un Tribunal de la Inquisición para juzgar a los disidentes, tribunal que, por cierto,
todavía existe aunque con otro nombre y ya no puede enviar gente a la hoguera porque el brazo
secular, el poder civil, no colabora en esa función. Jesús, en su tiempo, llamaba “ciegos que
conducen a otros ciegos” a los magisterios similares existentes entonces.
De alguna manera, el hecho de que se convoque este Sínodo, para tratar precisamente el tema de la
Sinodalidad, es porque la propia Iglesia ya no cree en la infalibilidad de su Magisterio, y se dedica a
preguntar la opinión de la gente. Pero, ¿está realmente resuelta la Iglesia a caminar por la senda
sinodal? En nuestro país, la inmensa mayoría de los miembros laicos de la Iglesia no tienen ni idea
de qué es esto del Sínodo. En las parroquias no se habla del tema. Se supone que es un proceso que
comenzó el año pasado, pero yo, en las parroquias no ni una sola palabra sobre el Sínodo hasta la
m
isa del pasado sábado, día
19
de
m
arzo de 2022, y el que lo mencionó no fue el sacerdote celebrante
sino un laico. Me enteré entonces de que se habían formado en esa parroquia dos o tres grupos para
funcionar según la normativa sinodal, y me apresuré a participar en ese proceso. Sabía de ese
proceso por Internet, no por las parroquias. Por lo que se sabe de otras parroquias, el asunto funciona
de manera parecida. La clerecía no está colaborando en este proceso. Unos pocos gupos de gente
concienciada sobre el problema no son la respuesta adecuada a un proceso tan transcendente como
este. La conclusión a la que debo llegar es que el episcopado de nuestro país, promocionado en su
día por Rouco Varela, está interesado en sabotear el proceso. Su participación en él parece ser un
mero cumplimiento formal de la convocatoria hecha por el papa Francisco.
7. ECUMENISMO
El diálogo entre cristianos de diferentes confesiones, unidos por un mismo bautismo, ocupa un
lugar especial en el camino sinodal. ¿Qué relaciones mantiene nuestra comunidad eclesial con
miembros de otras tradiciones y confesiones cristianas? ¿Qué compartimos y cómo caminamos
juntos? ¿Qué frutos ha generado el caminar juntos? ¿Cuáles son las dificultades? ¿Cómo
podemos dar el siguiente paso para caminar juntos?
Qué yo sepa, la única iniciativa eclesial sobre este tema del ecumenismo es la celebración anual de
de un acto de culto para rezar por la unión de la cristianos. Yo solía participar en ese acto hasta que
caí en la cuenta de que no tenía ningún sentido. Me pregunté: ¿qué hago yo aquí rezando por la
unidad con otros cristianos, si yo no me siento separado de ellos? Las diferencias entre nuestra
Iglesia Católica y otras es por alguna(s) de la tres cosas siguientes: diferencias de credo, de culto y
de jerarquía. Nosotros tenemos unos dogmas y las otras iglesias otros distintos, pero tan inútiles e
innecesarios como los nuestros. Nosotros tenemos una jeraquía eclesial (papa, obispos,…) y la otras
iglesias tienen otras jerarquías, sin duda tan inadecuadas como la nuestra. Nosotros tenemos unos
actos de culto, sacramentos, etc., y las otras iglesias tienen otros, pero quizá tan alienantes y poco
participativos como los nuestros. Fuera de eso, tanto en nuestra Iglesia como en las otras, y aún fuera
de todas ellas, hay gente que se dedica a la realización del Reino de Dios y su justicia, que Jesús
postulaba. Me siento unido a esa gente, pero tampoco condeno a quien está en contra de ese
proyecto, son las ovejas perdidas que viene a buscar el Buen Pastor que es el Mesías Jesús. Debemos
procurar su recuperación para la tarea que el Cristo Jesús promueve. ¿Contribuirá algo a ello el
actual proceso sinodal? Al menos hay que intentarlo.
8. AUTORIDAD Y PARTICIPACIÓN
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo puede identificar
nuestra comunidad eclesial los objetivos a perseguir, el modo de alcanzarlos y los pasos a dar?
¿Cómo se ejerce la autoridad o el gobierno dentro de nuestra Iglesia local? ¿Cómo se ponen en
práctica el trabajo en equipo y la corresponsabilidad? ¿Cómo se realizan las evaluaciones y
quién las realiza? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la responsabilidad de los
laicos? ¿Hemos tenido experiencias fructíferas de sinodalidad a nivel local? ¿Cómo funcionan
los órganos sinodales a nivel de la Iglesia local (Consejos Pastorales en las parroquias y
diócesis, Consejo Presbiteral, etc.)? ¿Cómo podemos favorecer un enfoque más sinodal en
nuestra participación y liderazgo?
P
or lo ya dicho hasta ahora queda claro que veo
m
uchas carencias en ese terreno, y pienso que la Iglesia
misma las ve. Si no fuese así no tendría sentido la realización de un Sínodo como el que tratamos.
S
obre la autoridad y gobierno en la Iglesia, a todos los niveles, desde la época del e
m
perador
C
onstan
-
tino y su famoso
E
dicto de
M
ilán, la función dirigente en la Iglesia ha venido siendo, cada vez más,
una cuestn de autoridad sen el estilo que Jesús rechazaba expresa
m
ente
. S
e ha generado en la insti
-
tución todo un escalan de rangos y grados de poder, co
m
petencias y funciones
. Y
en la cúspide de
esa estructura jerárquica, la figura del papa se ha ido sobrecargando de poder y majestad, al
estilo hu
m
ano, desde que, en el siglo V, con la desaparición del imperio romano de Occidente,
el obispo de Roma pretendió heredar la autoridad anteriormente detentada por los Césares. Como
símbolos externos de la autoridad que se auto-otorgan, desde entonces y hasta nuestros días, los
papas ostentan el título de “Sumo Pontífice” que anteriormente llevaban los emperadores romanos y
visten trajes de época que nos recuerdan los de aquellos soberanos.
En ese contexto, lo de “ministerios laicales”, “responsabilidade de los laicos”, “trabajo en equipo y
corresponsabilidad
”…
parecen cosas de burla
. L
os consejos parroquiales, donde existen, son un si
m
ple
apéndice de la autoridad del párroco, que la ejerce por delegación y según el criterio del obispo de la
diócesis. Parece ser que en lo que se refiere a este tema, la cosa está mejor organizada en las iglesias
ortodoxas orientales que, por lo demás, no se distinguen precisamente por su progresismo.
9. DISCERNIR Y DECIDIR
En un estilo sinodal tomamos decisiones a través del discernimiento de aquello que el Espíritu
Santo dice a través de toda nuestra comunidad. ¿Qué métodos y procedimientos utilizamos en
la toma de decisiones? ¿Cómo se pueden mejorar? ¿Cómo promovemos la participación en el
proceso decisorio dentro de las estructuras jerárquicas? ¿Nuestros métodos de toma de
decisiones nos ayudan a escuchar a todo el
P
ueblo de
D
ios
? ¿C
uál es la relación entre la consulta
y el proceso decisorio, y cómo los ponemos en práctica? ¿Qué herramientas y procedimientos
utilizamos para promover la transparencia y la responsabilidad? ¿Cómo podemos crecer en el
discernimiento espiritual comunitario?
¿Es necesario repetir que en nuestra Iglesia no existen cauces y procedimientos para la intervención
y toma de decisiones fuera del rígido entramado jerárquico de la institución? Basta leer el
Código de
Derecho Canico
para comprobar que es así. Todas las directrices, disposiciones, decisiones,
normas, orientaciones, admoniciones, predicaciones… vienen siempre de arriba hacia abajo. De
abajo hacia arriba no tienen cauce de flujo las opiniones, quejas, protestas… Para medir las
consecuencias de tantos siglos de tal práctica basta ver cómo la gente se está alejando de la Iglesia.
La asistencia a los actos de culto es tan patética como el propio culto al que asiste.
Se supone que este proceso sinodal es precisamente para tomar conciencia de esa triste realidad y
buscarle solución. Pero parece que este Sínodo, con la finalidad que se propone, llega con más de un
siglo de retraso. Quizá esté condenado a ser tan ineficaz y estéril como el Concilio Vaticano II, que
también se hizo con mucho retraso.
10. FORMARSE EN LA SINODALIDAD
L
a sinodalidad i
m
plica receptividad al ca
m
bio, formación y aprendizaje continuo. ¿Cómo
forma nuestra comunidad eclesial a las personas para que sepan cada vez más “caminar
juntos”, escucharse unos a otros, participar en la misión y dialogar? ¿Qué formación se ofrece
para promover el discernimiento y el ejercicio de la autoridad de forma sinodal?
Precisamente en el tema de la formación es donde más se nota el atraso del personal católico con
relación al de otras confesiones cristianas, y al de otras religiones como la judía y la musulmana. La
mayoría de los católicos saben muy poco sobre el contenido de la Biblia, tanto el Antiguo como el
Nuevo Testamento. Protestantes y judíos conocen la Biblia mucho mejor que los católicos. Durante
siglos la Iglesia prohibió canónicamente leerla y traducirla a idiomas que la genta pudiera entender,
pero incluso desde que se abolió esa prohibición no se fomentó su lectura. No son muchos los que
tiene una en su casa, pero incluso éstos no suelen leerla. Por supuesto, sobre el tema de la
sinodalidad, nada de nada.
Una consecuencia de tal incuria en la formación religiosa en nuestra Iglesia es la abundancia de
superstición y actitud retrógrada entre el personal que aún conserva cierta práctica religiosa católica,
las exageraciones en materia de latría e (hiper)dulía, que además de no tener un fundamento
evangélico, son en realidad una horterada. Por ejemplo la abundancia de santuarios en relación con
pretendidas apariciones marianas y las peregrinaciones a tales sitios: Guadalupe, Fátima… y no
faltan incluso personas que pretenden promover un quinto dogma mariano, tan descabellado como
los otros cuatro ya proclamados. El problema de todo eso es que muchas personas, cuando adquieren
cierto grado de madurez y perciben la mentecatez de tales devociones, pensando que la religión se
reduce a eso, que es lo único que conocen de ella, abandonan la Iglesia sin haber llegado a conocer
lo que verdaderamente interesa: el mensaje de Jesús de Nazaret y su proyecto liberador.
A MODO DE CONCLUSIÓN
El entrar a responder un cuestionario como este conduce a ocuparse de la problemática de la Iglesia
y buscar soluciones a esa problemática. En el texto del cuestionario el término “Iglesia” aparece 15
veces, y no hay ni una sola mención a Jesús de Nazaret. En el Vademecum que la Iglesia publica
para informar sobre el proceso sinodal se menciona 16 veces a Jesús y a la Iglesia 682 veces; está
claro que a los convocantes del Sínodo lo que les preocupa es la situación de la Iglesia, lo que le
ocurre a ella misma, no el progreso del plan de Jesús en el mundo. Al proyecto de Jesús casi no le
nombra como “Reino de Dios” (3 menciones); prefiere referirse a él como la misión de la Iglesia (58
menciones). Ese término de misión resulta bastante ambiguo en este contexto pues no especifica su
contenido; tan sólo una vez parece relacionarla con el “anuncio del Evangelio”, que también es
bastante ambiguo, pues puede entenderse que la misión del anuncio del Evangelio queda cumplida
con la predicación que se hace en los actos de culto.
P
ero
, ¿
es la Iglesia una Comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret? En los evangelios se narra
el pasaje del joven rico del que dice que guardaba los
m
anda
m
ientos pero no era digno de seguir a Jesús
por estar apegado a su riqueza. Con esa premisa de guardar los mandamientos y un cumplimiento
formal de los preceptos religiosos acerca del culto, sería aceptado como miembro de cualquier
iglesia cristiana, y en el caso de la nuestra, siendo rico como era, sería recibido con los brazos
abiertos en el
Opus Dei
. D
e la primera comunidad cristiana de Jerusalén, el libro de los Hechos de los
Apóstoles nos cuenta que sus miembros
se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus
posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según su necesidad
. E
s decir, una práctica que no
podía asu
m
ir el joven rico antes
m
encionado, y que la Iglesia institucional sigue sin poder asu
m
ir.
O
tra
pista acerca del tipo de sociedad o
R
eino que Jesús propugnaba nos lo da el pasaje de la expulsión de los
mercaderes del Templo. Dejó claro lo que opinaba del dinero y de la función que éste tenía cuando
co
m
paró con una cueva de ladrones los sitios donde se negociaba, y cuando aseveró que
N
o se puede
servir a Dios y al dinero
. La razón de ser del cristianismo es promover una sociedad inspirada en las
Bienaventuranzas, con valores distintos a los del mercado.
¿Q
pasa con ese
m
ensaje de Jesús
? J
esús es un convocador, un
m
ovilizador, un revulsivo
vino
a cuestionar el sistema, a cambiar el mundo de base. Sabemos como acabó su osadía de enfrentarse
al sistema dominante. Y anunció a sus seguidores que se les perseguiría como le persiguieron a él y a
los profetas anteriores
. L
as iglesias que se dicen cristianas pero centran la religiosidad en cultos,
creencias, jerarquías sacerdotales, cumplimiento de prescripciones... pueden gozar del favor del
poder establecido, que incluso accede a subvencionarlas. En nuestro país sabemos lo generosamente
que el sistema dominante retribuye a la Iglesia por medio del privilegio de la inmatriculaciones. Pero
el seguimiento de Jesús de Nazaret, el compromiso con la realización de su proyecto del Reino de
Dios y su justicia es indigerible para los beneficiarios del sistema establecido. Nuestra participación
en la autoreforma que la Iglesia busca en el proceso sinodal debe partir de la percepción de Jesús de
Nazaret como un modelo a seguir, un referente de transformación social, un constante convocador a
actuar para implantar en el mundo el ideal mesiánico cuyo programa son las Bienaventuranzas, la
paternidad de Dios sobre todos los hombres, que los hace hermanos y por tanto iguales.